A solo 223 días del fin de su gobierno, el presidente Gustavo Petro se encuentra en una delicada posición geopolítica, en la conducción de sus relaciones con Estados Unidos y Venezuela, con lo que parece ser el “Dilema del Equilibrista”. Debe navegar las aguas profundas y turbulentas de la política internacional, debatiéndose entre su pasado guerrillero en el M19, que impregna su retórica antiimperialista, y la cruda realidad de gobernar un país tradicionalmente aliado de Washington y vecino de Venezuela. Ante este dilema, la pregunta que surge es: sus aparentes contradicciones, ¿son signo de incoherencia o de una estrategia diplomática minuciosamente calculada?
Petro en sus relaciones con Estados Unidos ha adoptado una postura de “pragmatismo ideológico”, manteniendo una relación dual que desafía las clasificaciones simples. Por un lado, asume una posición crítica en foros internacionales: en su reciente intervención en la ONU, desmontó décadas de doctrina antinarcóticos al declarar que “la guerra contra las drogas ha sido un fracaso que ha ensangrentado a Colombia”; condenó el apoyo militar estadounidense a Israel, alineándose con el Sur Global; y cuestionó abiertamente las sanciones económicas como herramienta de presión. Y no se diga su llamado en un evento en las calles de Nueva York a los soldados a “no obedecer las órdenes de su comandante en jefe Donald Trump”, acusándolo incluso de “defender a los capos narcos que viven en Miami”. Sin embargo, en este rompecabezas de sus relaciones con Washington, en la práctica, mantiene una cooperación pragmática. Trabaja con agencias antinarcóticos y de control migratorio, y al mismo tiempo busca activamente la inversión norteamericana para sus ambiciosos planes de transición energética. Esta conducta no es ambivalente, sino estratégica: Petro entiende que puede criticar políticas específicas sin quebrar la asociación estratégica fundamental.
El laberinto con Venezuela: principios versus realpolitik
En el caso de las relaciones con Venezuela, más que un rompecabezas, son un laberinto al buscar una “salida honrosa” aunque no necesariamente victoriosa, al debatirse entre sus principios ideológicos y la realpolitik, de Agosto Ludwig von Rochau (1853)
El desempeño en su gobierno revela un aprendizaje en tiempo real. Al inicio, reconoció de inmediato al gobierno del presidente Nicolás Maduro, buscando un “diálogo fraternal entre izquierdas” en el cual invirtió parte de su capital político, intentando servir como mediador entre el gobierno y la oposición en 2023. Al año siguiente, tuvo que, como Philippe Petit, el más famoso equilibrista (o funambulista), al caminar sobre un cable de acero tendido entre las Torres Gemelas del World Trade Center en Nueva York (1974), caminar sobre una cuerda floja. Evitó romper puentes entre la Casa de Nariño con la Casa Blanca y Miraflores. En sus relaciones con Venezuela, aguantó sus declaraciones públicas abogando por el respeto a los derechos humanos y un entendimiento entre oposición y gobierno. En su funambulismo verbal, siempre ha rechazado las sanciones económicas, preguntando retóricamente ¿por qué castigan al pueblo?, con un tiro al gobierno y otro a la oposición en términos criollos. Es importante destacar que el manejo de estas complejas relaciones ha estado determinado por su inexperiencia y la de su equipo ministerial en materia internacional con cuatro cancilleres y dos embajadores en Venezuela, todos sin trayectoria en las complejas relaciones binacionales desde la separación de la Gran Colombia.
Tres factores podrían explicar su política exterior. La sombra de Uribe: Petro construye su política exterior como una antítesis directa del alineamiento automático con Washington que caracterizó al uribismo. Su crítica a la guerra contra las drogas es también una reescritura de la identidad internacional colombiana. La herencia ideológica: Su pasado guerrillero en el M19, le exige una coherencia incómoda: no puede ser percibido como un “agente del imperialismo”, pero debe responder como presidente a realidades complejas; y Los límites del poder: No es lo mismo ser oposición que gobierno. La oposición gubernamental, las Fuerzas Armadas y una opinión pública colombiana mayoritariamente actúan como frenos internos a un acercamiento total con el gobierno en Venezuela.
A pesar de los costos visibles que se perciben de su gestión al ser criticado desde la derecha por su “suavidad” en cuanto a la violación de los derechos humanos y por la izquierda radical por “ceder a presiones estadounidenses”, no se puede negar que Petro ha tenido algunos aciertos en su gestión, al reactivar las relaciones con Venezuela tras cuatro años de ruptura, reabrir las fronteras, aliviar las economías locales y posicionar a Colombia como un actor relevante en la solución a los problemas en Venezuela.
Petro es, en esencia, el maestro del “Arte del equilibrio imposible”. Sus aparentes contradicciones reflejan una estrategia de equilibrios múltiples: entre principios ideológicos y la realpolitikentre la vecindad inevitable con Venezuela y la alianza necesaria con Estados Unidos, y entre su retórica transformadora y las restricciones domésticas.
Quizás como Fidel Castro, el juicio de la historia sobre esta estrategia dependerá de si logra producir resultados visibles en las relaciones con Venezuela en el poco tiempo que le queda, mientras mantiene relaciones necesarias y funcionales con Washington. Por ahora, Petro demuestra que, en la compleja geopolítica suramericana, la coherencia absoluta es un lujo que pocos presidentes pueden permitirse.




