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Sunday, October 26, 2025

¡AY DE VOSOTROS FARISEOS HIPÓCRITAS!

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lorenzo fe

En realidad, aparecen más publicanos en los textos sagrados de lo que había en la realidad. No eran muchos, pero es una figura que se repite en los Evangelios por ser cuentos un recordatorio permanente de la sumisión de los judíos al dominio de Roma. No es extraño que los publicanos fueran despreciados y apartados. Además, la mayoría de ellos eran codiciosos, cobraban más de lo que correspondía; se les fijaba una tarifa determinada –que ya incluía su comisión– pero podía quedarse con lo que extrajeran de más. Eran una especie de funcionarios públicos que estaban al servicio del Imperio, recolectaban los tributos como súbditos que eran: “Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”.

Se les considera serviles, traidores y aprovechados. Por eso vivían aislados, apartados de las comunidades. A algunos publicanos no les importaba siempre y cuando cobraran pingues, comisiones y excedentes. Entre ellos el chaparrito Zaqueo, que era “jefe de publicanos” en el área de Jericó y en ese cargo supervisaba a otros recaudadores. Con ese oficio se enriqueció y, tras conocer a Jesús y transformar su vida, ofreció restituir el dinero a los que había defraudado (léase, extorsionado, cobrando de más). Pero también Mateo, el apóstol y evangelista, era cobrador de impuestos en Cafarnaúm y otros pueblos ribereños del lago Genesaret.

La constante mención de publicanos tiene varios propósitos. En primer lugar para destacar que todas las personas son importantes, por despreciables que sean, porque Jesús vino para rescatar a los desviados, a sanar a los enfermos; por eso lo criticaban: “se junta con publicanos y prostitutas.” También para poner de manifiesto el poder vivificador de Jesús, la posibilidad que ofrece de un cambio radical en las vidas, tal el caso de los citados Zaqueo y, sobre todo, Mateo quien dejó “dejó todo y lo siguió”.

El texto de este domingo ordinario número XXX nos ofrece el consabido contraste del fariseo con el publicano. Los fariseos surgieron como consecuencia de la destrucción del Templo de Salomón (c. 550 ac) por los babilonios, quienes se llevaron cautivos a gran parte de la población. En el exilio de Babilonia, estando lejos y sin templo, el eje que fortaleció la fe judía fueron sus escrituras y sus tradiciones. En este contexto se formó un grupo muy dedicado al estudio de la Torá y otros textos sagrados. Observaban muy rigurosamente las prescripciones de Moisés y de otros profetas. Por eso se fueron apartando del resto y de allí viene el nombre de “perushim” palabra hebrea que significa separados oh apartados. Eran pues una clase aparte que cumplía rigurosamente los preceptos religiosos y se iban distinguiendo del pueblo en general. Ellos eran los más puros, los más devotos, los más buenos.

Previo a relatar la escena de los dos hombres en el templo, en el versículo anterior, el 9, de este capítulo 18, Lucas hace referencia al mensaje introductorio de Jesús y el porqué de la parábola. En efecto, encaró directamente a aquellos “que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros.” Es una clara crítica doble. Por un lado a aquellos que consideran que su estatus, su inteligencia, su influencia, es producto de sí mismo en tanto se creen justos; por otro lado, y más grave aún, que “menosprecian” a los demás. Es, con dedicatoria a ellos, que relató la parábola. No está tan mal sintiéndose superior, lo malo es despreciar al prójimo.

Un amigo que viajaba en un trayecto aburrido en barco se encontró con dos personas y hablaron de religión. Uno afirmó que se iba a salvar porque vivía creyendo méritos: no bebía ni tomaba café, no robaba, no mataba, iba al templo, diezmaba, era fiel marido, etc. En pocas palabras, sus eran acciones suficientes para que se le abrieran las puertas del cielo. El segundo, de otra religión, confiaba igualmente en un premio en la otra vida pues no tomaba alcohol, no comía cerdo, ayunaba, hacía caridades, etc. Su currículo, al igual que el primero, eran pasaportes automáticos para la salvación. En su turno mi amigo, católico practicante, dijo que él también trataba de cumplir la Biblia, tomaba vino con moderación, trabajaba honradamente, trataba de ayudar al prójimo, honraba a sus padres, iba regularmente a misa, pero nada de eso le serviría. para exigir un premio. Para nada. En lo único que confiaba su era en la misericordia de Dios y en la pasión de Jesús a quién ofrecía ese intento de vida virtuosa.

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