Javier Milei quedó tan sorprendido como cualquiera por lo ocurrido el pasado domingo cuando, contrariamente a lo esperado, su partido –que depende casi exclusivamente de su imagen personal– dejó al resto rezagado en las elecciones intermedias. Dijo que su victoria fue “un milagro” y, por un tiempo, pareció como si fuera muy consciente de que el buen desempeño de La Libertad Avanza se debía menos a sus propios méritos que al disgusto por la principal alternativa. Pero a medida que pasaban los días, Milei se mostró cada vez más proclive a atribuir su éxito a su propio carisma y a la astucia táctica de su hermana Karina. Eso sugiere que Milei está coqueteando con la idea de que es tan popular que puede hacer caso omiso de rumores persuasivos de corrupción en el círculo interno libertario y puede seguir tratando como basura a cualquiera que se atreva a no estar de acuerdo con él. En cuanto a la incompetencia administrativa de su gobierno, será algo que los votantes estarán dispuestos a soportar porque mejorar las cosas significaría dar muchos puestos clave a miembros de la despreciada “casta” política. Si estas son las conclusiones a las que Milei ha llegado, le resultará aún más difícil acercarse a sus muy ambiciosos objetivos que de otra manera. También sería una ilusión. Al menos la mitad de los más de nueve millones de personas que votaron por candidatos vinculados a La Libertad Avanza no lo hicieron porque sean fanáticos devotos de Milei sino porque lo último que querían ver era otro gobierno peronista más, con la extraordinariamente corrupta Cristina Fernández de Kirchner en el papel de líder espiritual, saqueando su país. Los temores sobre lo que harían entonces los kirchneristas vengativos se intensificaron por el caos en los mercados financieros en las semanas previas a las elecciones. En lugar de dañar al gobierno, como debería haberlo hecho por derecho, la agitación ayudó a concentrar las mentes. En general, se reconoció que –incluso si el ministro de Economía de Milei, Luis Caputo, hubiera cometido grandes errores en sus esfuerzos por controlar el tipo de cambio– un gobierno debilitado sería incapaz de evitar la cesación de pagos y evitar que Argentina sufriera otra crisis económica más. Afortunadamente para mucha gente, esa amenaza fue evitada por el presidente estadounidense Donald Trump y su secretario del Tesoro, Scott Bessent, quienes intervinieron para defender el peso y, al mismo tiempo, advirtieron que si el electorado castigaba a Milei, le retirarían su apoyo. Su flagrante intromisión en los asuntos internos del país provocó muchos problemas y recordó el intento bastante similar, hace 80 años, del embajador estadounidense Spruille Braden de detener a Juan Domingo Perón –a quien él y muchos otros consideraban una copia al carbón de Benito Mussolini– en seco. El hecho de que Braden no lo hiciera contribuyó en gran medida al largo declive de Argentina en un mundo dominado por Estados Unidos. Pocos aquí quieren que la historia se repita. Es imposible decir hasta qué punto la decisión de Trump de financiar a Milei influyó en el electorado, pero seguramente pesó en la mente de muchas personas cuando acudieron a las urnas. Entendieron que si no hubiera sido por la voluntad del presidente estadounidense de arrojar un salvavidas a su amigo íntimo en Buenos Aires, para entonces Argentina se habría visto envuelta en una enorme crisis financiera que la habría afectado negativamente durante muchos años, incluso si La Libertad Avanza de alguna manera hubiera logrado ganar más votos que cualquiera de sus rivales. En casa, Trump no ha mostrado mucho interés en llevarse bien con políticos que no comparten sus puntos de vista mordaces sobre muchas cosas, pero parece que (presumiblemente impulsado por Bessent y el Secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio) es lo que cree que Milei tendrá que hacer. Esto tiene sentido. Después de todo, hay muchos políticos pro Mauricio Macri, radicales, independientes e incluso peronistas que están de acuerdo en que Argentina necesita adaptarse a un mundo donde incluso la China comunista se ha vuelto capitalista y estaría feliz de cooperar con Milei si los tratara con respeto. Aunque el movimiento libertario que Milei engendró casi por sí solo es capaz de hacer mucho ruido, carece del músculo político necesario para superar las muchas dificultades que se avecinan. Milei insiste en que su objetivo es hacer de Argentina el país más rico del mundo, pero si su gobierno sólo logra lograr un grado bastante modesto de prosperidad, la mayoría de la gente lo considerará un éxito. Para lograrlo tendría que reclutar a muchos miles de servidores públicos bien preparados y a otros que, como él, entiendan que no existe una alternativa confiable al capitalismo liberal y que, a menos que el sector privado genere suficientes recursos, superar la pobreza generalizada seguirá siendo una quimera. Esto es lo que la “guerra cultural” que Milei, como Macri cuando estaba en el cargo, está librando contra muchos que están apegados a las viejas costumbres corporativistas que desde la época colonial han apuntalado el pensamiento político argentino. Aquí el liberalismo –del cual el libertarismo de Milei es una rama iliberal– ha atraído hasta ahora sólo a una minoría de personas bien educadas que se sentían impresionadas por el éxito de países de otros lugares, pero cuya influencia últimamente ha aumentado gracias principalmente al lamentable fracaso de las alternativas populistas y de izquierda estridentemente antiliberales. En el extranjero, Milei es vista como una representante un tanto atípica de la “extrema derecha”. Evidentemente él mismo disfruta de la notoriedad que esto le proporciona. En el período previo a las elecciones de la semana pasada, los progresistas de América del Norte y Europa daban por sentado que estaba a punto de sufrir una derrota humillante y, en su opinión, muy merecida por cometer el pecado capital de reducir el gasto público a un nivel sostenible. Grande fue su decepción cuando supieron que su movimiento había funcionado notablemente bien. En cualquier caso, si la responsabilidad fiscal es una odiosa herejía de la “derecha”, muchos países de Europa, entre ellos el Reino Unido, Francia y Alemania, pronto serán sometidos a un trato de motosierra porque, como sucedió aquí antes de que Milei asumiera el cargo, el dinero necesario para pagar los numerosos servicios que los políticos han brindado a la población a cambio de votos es cada vez más escaso. Esto significa que ellos también se enfrentarán a la elección entre recortar el gasto y dejar que los acontecimientos sigan su curso con la ciega esperanza de que, de una forma u otra, no suceda nada realmente terrible.
Milei triunfa
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