Venezolanos partidarios de una #CanonizaciónSinpresosPolíticos. Plaza del Resurgimiento, Roma 18 de octubre de 2025 / Foto: EFELa canonización en Roma de José Gregorio Hernández y la madre Carmen Rendiles, sin duda el evento más importante en la historia del catolicismo venezolano, nos mostró al mundo como una nación dividida.
La plaza del Risorgimento fue escenario de la capacidad de lucha y organización del pueblo venezolano, que reclamó a viva voz la liberación de los más de 800 presos políticos con una alfombra de sus rostros impresos en cartulina blanca y la bandera tricolor. Mientras tanto, el Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles buscaba lavarle la cara al régimen unos metros más allá, en la Basílica de San Pedro, bajo el lema de la “Venezuela cultural”. Personeros como el excanciller Roy Chaderton y la alcaldesa del municipio Libertador, Carmen Meléndez, se colaron con más pena que gloria entre una mayoría opositora.
Mientras el régimen se esforzaba por mostrar que todavía vive, los representantes de María Corina Machado y Edmundo González asistieron numerosos a los distintos actos programados. Y los activistas, para quienes la canonización debía venir acompañada de gestos concretos de justicia y humanidad, no dudaron en utilizar el momento para elevar su petición no al cielo, sino a las pantallas mundiales. Con ellos vimos a Leopoldo López ya su esposa, Lilian Tintori.
Y es que medio país se dio cita en Roma. Como en un juego macabro, en Caracas, el aparato estatal siguió reprimiendo mientras la narrativa oficial subrayaba cínicamente la cercanía de los santos “con el pueblo”, secuestrando una vez más nuestro gentilicio.
Lo más interesante, sin embargo, ha tenido mucho menos cobertura: las divergencias de la Iglesia con relación al manejo de la crisis en Venezuela, evidente en las declaraciones contrastantes del arzobispo de Caracas, Raúl Biord, y monseñor Baltazar Porras en el marco de la canonización. Uno habló de paz y esperanza; el otro de crisis moral y de derechos. “Vivimos en una situación moralmente inaceptable”, afirmó Porras, al señalar los problemas que aquejan al país: la restricción de la libertad ciudadana, el aumento de la pobreza, la militarización del gobierno que fomenta la violencia, la corrupción y la falta de autonomía de los poderes públicos.
Sobre las implicaciones prácticas de estas divergencias nos cuenta Casto Ocando en su análisis del “Otro Acuerdo de Qatar”, propuestas mediadas por Qatar en abril y septiembre de 2025 para una eventual salida de Maduro, que, según su interpretación, incluyen concesiones inaceptables en materia de justicia y desconocen el mandato popular del 28J, abriendo espacio a una creciente “oposición alacrana” mediante el llamado a nuevas elecciones. En su lectura, la Iglesia aparece como potencial mediadora, con el arzobispo de Caracas y el nuncio respaldando la iniciativa. Monseñor Porras fue señalado como objeto de una nominación inconsulta para presidir un gobierno de transición.
No es un hecho menor que el nuncio apostólico, monseñor Alberto Ortega Martín —representante diplomático del Vaticano en Venezuela— y Raúl Biord, arzobispo de Caracas, hayan mantenido una presencia institucional y un discurso conciliador, que rompe con lo que era el discurso casi confrontacional de la Conferencia Episcopal Venezolana CEV en los últimos años. Y esto mucho antes de que los barcos de Trump se acercaran a las costas. Presumiblemente, creen poco factible o muy costoso el cambio sin concesiones y consideran que este es un buen momento para relanzar las negociaciones. El problema es que su postura termina sirviendo al régimen ya quienes no duermen pensando en cómo asegurar una cuota mínima de poder en el nuevo gobierno. Quizás por eso monseñor Porras se ha mostrado especialmente contundente estos dos días. No querrás que lo confundan con sus hermanos más tibios.
En fin, lo vivido en Italia nos confirma que cualquier escenario es bueno para alardear o negociar legitimidades. Pero, ¿qué tan legítimas pueden ser unas nuevas elecciones? Venezuela ya votó y votó por un cambio. Y cuenta con que se haga justicia. No se puede traicionar así la voluntad del pueblo y menos por ambiciones personales. Debemos seguir unidos. Ya llegará el momento de airear las diferencias. La unidad opositora —cuando existe— produce resultados; su ausencia, en cambio, permite que el régimen administre la crisis sin perder el control.
Volvamos nuestras miradas a nuestros nuevos santos. Hagamos de ellos los pilares espirituales del país que anhelamos recuperar. Ambos representan modelos de vida cristiana en tiempos de crisis, ofreciendo una guía para trascender la polarización política.
Como dice el padre Christian Díaz Yepes en su artículo “Religión en libertad”, a José Gregorio “la ciencia le dio el método, pero Cristo le dio el sentido”. Y así, silencioso y constante, vivió como “un sacerdote laico”, ofreciendo sus manos, su corazón y su alma sin esperar aplausos. A la madre Carmen, la falta de un brazo no le impidió llevar adelante grandes obras. Su fuerza venía de la adoración del Santísimo Sacramento.
¡Venezuela, imita a tus santos para alcanzar tu más alto destino! Con fe y dedicación haremos de esta una tierra de gracia. Con desprendimiento y propósito construiremos un país próspero en democracia. Porque la paz que buscamos no es silencio ni resignación, sino el fruto de la justicia y del respeto a la dignidad humana. Y exige, en última instancia, verdadero amor al prójimo, la base de la unidad que debemos recuperar como nación.
@mariagabPa2025




