El contraste es enorme. No entre los cerros y las agrestes pampas del pueblo, sino entre los jóvenes 17 años de Estancia Grande y los más de 100 del canal por el que llegamos para conocerla. Fundada el 19 de septiembre de 2008 a sólo 30 kilómetros de San Luis capital, el pueblo reluce en juventud con obras destacadas como el anfiteatro o las esculturas de la entrada, pero también hospedajes lujosos, coquetas casas de té y hasta un club de polo con cuatro canchas e instalaciones para 350 caballos que elevaron el destino a turismo internacional.
La capilla nuestra Señora del Carmen, la eco aldea y el domo geodésico para espectáculos artísticos son otros ejemplos que se completan con un mirador en altura para observaciones astronómicas sin interferencias de luz artificial. Desde allí, también, se observa el cartel de acaso la “ruta de pulperías”, donde la gastronomía local exhibe lo mejor de sí a través de exquisitas empanadas de carne y especias, y donde historia y cultura constituyen otro gran atractivo para los visitantes. Desde allí, los lejanos cerros también ofrecen lo suyo, y hacia ahí partiremos pronto.
Punto de partida Pese a ser reciente en fundación, estas tierras no son nuevas. Su importante vegetación da cuenta de ello, decorando callecitas empedradas y rincones donde emergen hosterías y cabañas, plazas y espacios comunes de cara al dique Berta Vidal de Battini, al embalse del arroyo Las Vegas, que lleva el nombre de un baluarte local cuyos aportes van desde la poesía al folklore regional. Este vergel, atravesado por otros ríos y arroyos, que supo reunir a las localidades de Estancia Grande, El Durazno Bajo, El Durazno Alto, Virorco, Barranquitas, Alto Grande y El Amparo, es hoy un pueblo en unidad, con un gran potencial.
“Mucho antes de la provincia, esta zona se conocía como El Carrizal y, hacia los siglos XVII y XVIII, el área floreció con la agricultura, destacándose las plantaciones de higueras, duraznos, manzanas, membrillos, nogales, granados, perales, guindos, olivos y almendras”, cuenta Dante Carreño (+54 9 266 420 8341), guía local enamorado de este municipio que tiene 205 km2 y apenas 575 habitantes (censo 2022). Carreño es quien nos llevará a lo que él denomina “un museo al aire libre”. Si bien todo el lugar es un paraíso natural plagado de cerros, quebradas, abras y precipicios donde los cerros Quijada, Alto, Pampita y Suyuque se llevan las miradas.
Desde el pueblo, aseguran, hay más de 25 senderos para actividades turísticas de alta serranía, relevadas y cartografiadas por avezados guías como el nuestro. Pero ninguna es tan fabulosa como la del canal Juan B. Gandolfo. “Siempre le digo a los turistas que no pueden irse sin conocerlo. Estuve años recopilando información, y apenas algunos viejos pobladores recuerdan aquella épica logística que demandó dos años para levantar la obra en medio del cerro, con materiales y herramientas trasladadas en mula, y que vio la luz entre 1918 y 1920”, cuenta. Habla del trabajo realizado sobre el cauce superior del arroyo Del Salto, que supo contribuir al vital dique Potrero de Los Funes.
A caminar El piar de un ave que no vemos nos despierta a las 6 de la mañana, justo antes de aclarar. A las 7, debemos estar en el estacionamiento público del dique Berta Vidal de Battini, para encarar la primera parte de los 15 km de una travesía con regreso previsto a las 19. La caminata será intensa, pero a eso hemos venido. El fresco es algo a no soslayar, aunque la amplitud térmica invita a vestirse por capas, y nunca olvidar lentes y protector solar. Efectivamente, al rato de andar, el valle va perdiendo su esplendor y los picos, estribaciones y laderas parecen acercarse.
Ya no hace frío, y eso es bueno, aunque hay que sopesar que nuestro deseo que ver un puma, rey de estos pagos, se esfuma de inmediato. “Son muy sigilosos, escurridizos, es casi imposible”, admite Carreño. Nos contentamos con un poco de peperina para el mate y la suerte de que el termo haya aguantado el calor del agua. Al rato, entre molles y espinillos, vemos la lejana silueta de dos zorritos, y poco después una familia de pequeños cuises que, lejos de huir, parecen curiosos por nuestro paso. Jotes de cabeza colorada y algunas águilas moras son parte de la fauna local que también nos acompaña, engalanada por el vuelo de los cóndores que tienen su hogar en las paredes verticales más extremas de estas sierras centrales.
A la cascada Promedia la caminata y las quebradas con nacientes de ríos se repiten en número y belleza, justo antes de llegar a la cascada Salto de las Águilas, en el arroyo del Salto. Es el momento del picnic, del descanso y la charla. La cascada no es la única de la zona, aunque sí la más imponente. Otros pozos naturales y caídas de agua enmarcan el recorrido y en verano, con más calor, un remanso para nadar. “En las inmediaciones del canal aún se pueden observar las ruinas de lo que denominamos canal económico, construido de manera más rudimentaria antes del año 1909”, cuenta el guía. Habla de una obra previa, destruida por las corrientes que bajan desde las cumbres, que hoy parecen inofensivas pero en días de crecida son de temer.
Cerca de allí, el cerro Alto llama la atención al recortar el horizonte y ofrece no sólo posibilidades de ascenderlo, sino de observar la naciente del arroyo Estancia Grande, nutrido de afluentes de estas laderas. El descanso y la hidratación concluyen de manera fabulosa cuando un paquete se abre y surgen las empanadas “sanluiseñas” de las que tanto nos han hablado. Es la recarga de energía que necesitábamos mientras admiramos la panorámica de varias nacientes del río Los Molles, el principal aportante del dique Potrero de Los Funes.
A la obra Un par de horas después, al rodear otro cerro, vemos la perfección del canal revestido en piedras cementadas a 1.770 m de altura, la más alta de la provincia. Son 400 m que irrumpen de manera surrealista en medio de las sierras. La obra, que lleva el nombre del ingeniero civil Juan B. Gandolfo, quien presidía la dirección general de irrigación de la nación, podía acumular entonces hasta 80 m3 por segundo y, según el historiador Juan Gez, ocupó a unos 100 obreros, especialmente peones barreneros habituados a condiciones adversas de clima y terreno.
“Todos se emocionan aquí, vengan desde el llano de Buenos Aires o desde la altura de Mendoza o Córdoba, porque el esfuerzo que implicó esto se ve con los propios ojos”, señala Carreño. Hoy en día este gran canal colector y derivador no cumple las funciones para las que fue construido: sus desmoronamientos y fisuras lo hacen permeable, por lo que el arroyo del Salto prácticamente ha vuelto a su cauce original. “Suelo traer gente todos los fines de semana y no hay uno solo que no se asombre cuando la ve. Fueron dos años de obra, con gente que prácticamente vivió acá, en algunos aleros pircados que todavía quedan en pie, y que regresaba cada 15 días a su hogar”, concluye el guía. Caminamos dentro del dique, descansamos un buen rato allí e iniciamos el regreso por un camino similar, aunque enrojecido por un atardecer puntano que no olvidaremos.




