Los días 22 y 23 de octubre se produjo la ruptura más marcada en los vínculos entre Estados Unidos y Colombia en años. Hablando en la Casa Blanca después de reunirse con el secretario general de la OTAN el 22 de octubre, el presidente Donald Trump dijo que Estados Unidos había “detenido todos los pagos a Colombia”.
También llamó al presidente Gustavo Petro “matón” y “malo”, y advirtió sobre “acciones muy graves”. Petro respondió en línea, prometiendo defenderse en los tribunales estadounidenses contra la calumnia.
Bogotá ha retirado a su embajador en Washington, lo que subraya la rapidez con la que se ha desmoronado una asociación de décadas. La pelea es más que insultos.
A mediados de septiembre, Washington dictaminó oficialmente que Colombia había “incumplido de manera demostrable” sus obligaciones antidrogas, una rara descertificación que puede reducir la asistencia a menos que se renuncie.
Los comentarios de Trump del 22 de octubre van más allá y señalan posibles nuevos aranceles y una presión más amplia. Para dos países vinculados por la cooperación en materia de seguridad desde el Plan Colombia y un pacto de libre comercio de 2012, este es un giro difícil.
Trump congela la ayuda a Colombia, profundizando la brecha sobre las drogas. (Foto reproducción de Internet) Detrás de los titulares hay narrativas contradictorias sobre los hechos sobre el terreno. El seguimiento de la ONU estima que el cultivo de coca será de aproximadamente 253.000 hectáreas en 2023, cerca de niveles récord. Trump cita esas cifras para argumentar que el enfoque de Petro ha fracasado.
Las tensiones entre Colombia y Estados Unidos se extienden más allá de las fronteras El gobierno de Petro responde con incautaciones récord de cocaína y destrucción de laboratorios este año, diciendo que la aplicación de la ley está funcionando y que la demanda estadounidense, no la política colombiana, impulsa el comercio.
El telón de fondo es aún más candente después de los recientes ataques marítimos de Estados Unidos a presuntos barcos narcotraficantes; Petro los condenó, alegando que al menos un barco civil fue alcanzado.
Los riesgos económicos son concretos. Estados Unidos es el principal socio de Colombia, con alrededor de 36.600 millones de dólares en comercio de bienes y aproximadamente 53.300 millones de dólares si se incluyen los servicios en 2024.
Nuevos aranceles o un congelamiento prolongado de la ayuda afectarían las cadenas de suministro de energía, agricultura, indumentaria y automóviles, y podrían enfriar la inversión justo cuando Colombia enfrenta reveses de seguridad y un crecimiento lento.
Lo que esto revela a los lectores fuera de la región es la fragilidad de una relación que a menudo se da por sentada. Durante años, Washington respaldó a Bogotá con fondos, capacitación y acceso a mercados, mientras que Colombia suministraba energía, café, flores y metales (y cada vez más, tecnología y servicios).
Ese modelo depende de la confianza entre los presidentes y de reglas claras para las operaciones de seguridad conjuntas. Una vez que esos enfrentamientos, los cárteles y los grupos armados ganan espacio para maniobrar y las empresas pierden términos predecibles.
Por qué debería importarle: una ruptura diplomática aquí no se queda en lo local. Afecta los patrones migratorios, la cooperación regional en materia de seguridad en el Caribe y los precios de los bienes cotidianos.
Esté atento a tres indicadores de hasta dónde llega esto: si las agencias estadounidenses publican directrices formales que detallan qué fondos están congelados; si llegan las proclamaciones arancelarias y en qué sectores; y si la diplomacia por canales secundarios puede hacer que los dos líderes se aparten de la escalada.




