Partimos de Buenos Aires hacia el norte y cruzamos el puente Zárate-Brazo Largo: entramos a Entre Ríos y al sur de la región mesopotámica, cuyos 400.000 km2 están limitados por los ríos Uruguay, Paraná e Iguazú. Este contorno fluvial encierra tres provincias –también Misiones y Corrientes- y las aísla un poco del resto del país: cada una tiene una identidad fuerte y Entre Ríos es la más gauchesca, ligada a la Pampa húmeda y a la expansión porteña hacia el norte. A continuación, un viaje entre ríos. Llegamos a Villa Paranacito cruzando ríos: primero el Paraná Guazú y el de las Palmas, y luego los 40 metros del arroyo La Tinta con el auto sobre una balsa, hasta la isla 9 de un delta similar al de Tigre, mucho menos poblado pero con algunas hosterías y campings. Hemos reservado en un complejo de bungalows y encontramos a un pescador apantallando las brasas de una parrilla donde asa un dorado de 9 kilos, fruto de la jornada matinal. Muere por contar su hazaña: “Navegábamos en paz, se me dobló la caña como si se fuese a partir y vi una aleta de oro en la superficie del río. Comencé a recoger la línea de a poco para que no se cortara el anzuelo. Pero era un ejemplar grande y combativo que tironeó midiendo mis fuerzas. En un remanso de la lucha, el pez sacó la cabeza y nos vimos. De golpe saltó en el aire, arqueándose. Hizo nados en círculo y saltó dos veces más. De a poco se fue cansando y nadó en zigzag hasta llegar rendido a mi mano. ”La brasa crepita y el asador adoba su dorado con pimentón, ajo, cebolla, morrón, ají molido, pimienta, sal y curry. Nos obliga a sentarnos a la mesa bajo los árboles. “¿Lo carancheamos como los isleños o lo comemos en platos?”, pregunta. Acorde con la filosofía del mate, caranchearlo significa comerlo todos juntos picoteando desde la bandeja. Lo carancheamos. Por la tarde salimos a navegar en la lancha del guía Leonardo Trípodi. Nos cuenta que vamos por el corazón del delta entrerriano, allí donde se van entrelazando los ríos Uruguay y Paraná, a 182 km de Buenos Aires. El pueblo fue fundado en 1906 por colonos centroeuropeos y viven 4.000 personas. Además hay 3.500 isleños junto a los canales, en casas elevadas sobre pilotes a las que sólo pueden llegar navegando. Surcamos el delta a flote entre casas isleñas y frondosos ceibos, sauces, álamos y extraños pinos de los pantanos con sus raíces fuera de la tierra. A nuestro paso remontan vuelo las garzas blancas y de vez en cuando vemos una familia de cuatro carpinchos. Para ver un ciervo de los pantanos hay que tener más suerte que la nuestra. Hay dos razones para venir a Villa Paranacito. Una: la pesca de dorados, surubíes, tarariras, bogas y, en especial, pejerreyes. La otra es lo que haremos en todo el fin de semana: reposar en una hamaca entre dos árboles. Seguimos viaje por la RN 14 –siempre al norte–, esta vez para entrar en las aguas del complejo Termas del Guaychú, a ocho kilómetros de Gualeguaychú. Llegamos al atardecer y nos alojamos en sus bungalows elevados 2,5 metros sobre el suelo, con vista a una planicie que parece un campo de golf. Vamos a las piletas techadas y al aire libre con temperaturas entre 32 y 38° C. Estas aguas brotan de una fuente a 980 metros de profundidad con altos niveles de sodio, potasio y magnesio de propiedades relajantes y antiestrés. A la mañana siguiente vamos de caminata por la reserva natural de monte autóctono del complejo y regresamos a las agüitas calientes. Cuesta abandonar la zona de confort del spa pero quiero ir a conocer a un personaje en la ciudad de Gualeguaychú: Mario Jesús Boari, psicólogo y vendedor de mates al por mayor, quizá el mayor del mundo con unas 400.000 unidades cada año. Me acerco al Patio del Mate, su negocio junto al río en la calle Gervasio Méndez 284, y encuentro 5.000 mates en venta. La especialidad de Boari no es la decoración de los mates –la tiene tercerizada– sino el acopio de las calabazas o porongos que procesa y vende. Las recibe desde Chaco, Formosa y Santiago del Estero; vienen de diversas plantaciones y le llegan en camiones llenos de mates. Nos sentamos a charlar y nos ceba un mate: “En Buenos Aires prefieren mates chicos, y en el nordeste del país los buscan grandes”. Esta pequeña empresa provee a exportadores que venden a Canadá, Rusia, Austria y Alemania. “Los alemanes piden mates chicos… ‘el té argentino’ le dicen; lo prueban y como no les gusta, lo tiran”, cuenta Boari con resignación. Y agrega que “en Rusia cada cual tiene su bombilla, mientras que turcos y árabes lo toman parecido a Sentados en un patio entre bolsas con 500 mates cada una, el matero mayor de Gualeguay-chú se muestra como un erudito. Los de calabaza son para tomar amargos y si alguien les pone azúcar –así sea una sola vez– los buenos tomadores se darán cuenta porque nunca se le va el sabor. La yerba –explica Boari, también conferencista– se pone acumulada de un costado: así, al comienzo, el sabor no es muy fuerte y al final no muy suave. La bombilla debe ser de alpaca, aunque sea más cara, porque es insípida. Y “el mate implica mayor compromiso que el té, porque vos ponés tu boca y yo la mía, tiene algo de beso y transmite incluso cariño entre hombres”. Cada octubre se organiza en una plaza de Gualeguaychú el Mate Encuentro, una competencia de parejas cebadoras. “Si al finalizar el termo, el mate parece una polenta o los palitos quedan flotando en la yerba, es porque no se usó la exacta proporción de yerba y no fue bien sacudida al comienzo para que no se inunde o no se tapone la bombilla”, sentencia Boari, juez habitual en esa competencia. Hacia el Palmar de Colón Volvemos a la RN 14 en dirección a El Palmar en el departamento de Colón, pero antes nos detenemos a dormir en el refugio La Aurora, ligado a la Fundación Vida Silvestre. Cruzamos la tranquera y nos instalamos en unos vagones de tren recuperados en medio del bosque (también hay camping y una casona para dormir). Nos quedaremos dos noches. Al día siguiente vamos al Parque Nacional El Palmar e instalamos los trípodes en el sector La Glorieta para fotografiar el ocaso encendido de rojo. Un día entero lo dedicamos a La Aurora del Palmar, un emprendimiento con vacas, naranjales y forestación, cuyo dueño destinó una parte extensa como reserva natural con miles de palmeras yatay, una especie protegida. Salimos a cabalgar con un baqueano bordeando el palmar y en media hora vemos tres pájaros carpinteros agujereando el tronco de las palmeras. El almuerzo y la cena son momentos muy entrerrianos en La Aurora, con platos como cerdo al yatay con arroz pilaf, bife de chorizo con chutney de peras, manzanas y yatay, y flan con jalea de yatay sobre pionono con dulce de leche. En esta reserva hay cuatro ambientes: palmar-pastizal, selva en galería, monte xerófilo –con espinillos y talas– y bajos inundables. Para recorrerlos nos llevan en camión turístico hasta una selva en galería junto al arroyo El Palmar. Y comienza la caminata por un ambiente tupido que no deja pasar el sol, hasta orillas del arroyo. Allí subimos a una canoa con un guía y avanzamos apartando con las manos las ramas que encierran el hilo de agua como un túnel. Luego, el techo vegetal se abre y llegamos a una playa: nos damos un chapuzón en aguas cristalinas y reposamos boca arriba en arenas blancas sin nadie a la vista. Hasta que un plaf nos despierta: es un carpincho arrojándose al agua para cruzar el arroyo. Rumbo a Paraná Viajamos tres horas por la RP 38 para empalmar en San Salvador con la RN 18 hasta la ciudad de Paraná, donde haremos base. Desde allí dedicamos un día completo a recorrer la RP 11 hacia el sur, explorando algunos de los siete pueblitos habitados por descendientes de alemanes que habían emigrado a orillas del río Volga, en la estepa rusa, en el siglo XVIII. La idea fue de la zarina Catalina la Grande: quería poblar esa zona proponiéndoles ir caminando desde Alemania, tentados con privilegios como no hacer el servicio militar y ser autónomos del estado ruso. Esa idea de estimular el desarrollo agrícola fue un éxito, pero muerta Catalina se perdieron los privilegios y luego de un siglo, esos hijos de alemanes emigraron a la provincia de Entre Ríos en 1879. El primero de los pueblos de alemanes del Volga es Aldea Brasilera –Brasiliendorf–, nombre elegido por los fundadores porque antes de llegar aquí, habían pasado un año en Porto Alegre. Allí almorzamos en el restaurante Munich de la familia Heim, cuyos antepasados fundaron el pueblo. Y saboreamos salchichas con chucrut y una tortilla de cerdo con colchón de chucrut. Para compartir se puede pedir una bandeja alemana: lomo de cerdo, salchicha ahumada, panceta, papas alemanas y chucrut. Además la familia hace su propia cerveza artesanal (Tel.: 0343-4853015). Luego seguimos hacia el sur para visitar las aldeas Spatzenkutter, Puerto General Alvear y San Francisco. Esta última tiene un fotogénico cementerio en pleno campo con tumbas de ruinosas torres góticas. Esta es la aldea más pequeña con apenas 10 familias. Sus niños aprenden a hablar alemán antiguo antes que español y por eso tienen un acento germano muy marcado al hablar con nosotros. El circuito de estos pueblos de inmigrantes centroeuropeos se completa con Valle María –tiene un agradable balneario– y Aldea Protestante con su oferta de dulces y embutidos al estilo europeo. Desde Paraná comenzamos a regresar hacia Buenos Aires, rumbo sur por la RP 11. Nos detenemos unas horas en el Parque Nacional Predelta, cerca de Diamante, para ver a la victoria cruziana, más conocida como irupé, su nombre guaraní. En las lagunas y entre las islas, vemos esas plantas que parecen una sola gran hoja redonda flotando en la superficie, sujetas al fondo por un tallo de varios metros. Llegamos sobre el final del verano, así que el espectáculo es perfecto: se abre a pleno la blanca flor del irupé. Esta planta es un nenúfar que llega a medir más de un metro de diámetro. Tiene la forma de una bandeja perfecta y es tan resistente que se podría poner encima una pava llena de agua con un mate. La flor se abre durante el día para cerrarse y sumergirse en la noche. Su dulce fragancia es como la del ananá. Este viaje comenzó bordeando el río Uruguay con rumbo norte y termina en paralelo al Paraná hacia el sur, cerrando un círculo de aguas, el mismo que encierra una provincia en la que, para donde uno vaya, siempre va a estar entre ríos. ¿Te apasiona la vida al aire libre, la aventura y la naturaleza? Recibí las mejores notas de Weekend directamente en tu correo. Suscribite gratis al newsletter.
Un viaje al mundo de las aguas entrerrianas
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